Primera presencia del hombre

Muelle de Piedra y Punta Morada, fue el término de la ruta que por primera vez abrieron en el Desierto los Hombres de la Edad de Piedra, contemporáneos de los paleolíticos europeos, que se establecieron allí 6.000 a 10.000 años antes de Cristo.
Los vestigios humanos encontrados en los conchales, dicen de la milenaria presencia de este hombre que fabricaba sus utensilios en piedra negra moteada de puntos blancos. Durante siglos vivió en la región y, de pronto, sin causa conocida, desapareció misteriosamente. La costa se sumió por cerca de un siglo en silencios y ausencias. El rumor de la vida lo trajeron nuevamente los neolíticos, aquellos hombres que trabajaban el cuarzo blanco y la sílice ialina, y desde esa lejana época se han prolongado ininterrumpidamente.
Sus primitivas manifestaciones manuales lo asemejaban a sus antecesores paleolíticos pero lograron superarse hasta alcanzar un grado tal de técnica en la fabricación de sus artefactos que algunas de sus piezas constituyen hoy verdaderas obras de arte.
Pueblos llegaron y pueblos emigraron dejando en la costa e interior vestigios de una cultura en constante superación evolutiva cuyo desarrollo y encadenamiento con otros pueblos es único en América. Los changos aborígenes, grandes caminantes del litoral, fueron absorbiendo estas grandes oleadas de cultura foráneas, que llevaron hasta los más remotos confínes de Chile. Así fue como conocieron a la Gente de los Túmulos, los que enterraban sus muertos tendidos orientados al sol y rodeaban sus tumbas con cercos de piedras; a la misteriosa Gente de los Vasos Negros los que trabajaban la arcilla oscura y creían en la existencia de otra vida: a los extraordinarios tiahuanacos que introdujeron la pintura y bellas artes que llevaron hasta los contra-fuertes cordilleranos; a los Chinchas y Atácamenos que cultivaban la tierra, fundían los metales, templaban el cobre, tejían la lana y hasta elaboraban el salitre; y finalmente, presenciaron la llegada de las huestes invasoras de Tupac Yupanqui, que al frente de sus cultísimos y nada pacíficos incásicos rebalsó en territorio alcanzando hasta las márgenes del Maule.